El fútbol es un estilo de vida. Tierra y piedrecitas, y ya se quejaban mis mayores de que jugábamos como señoritos. Ahora se juega en césped, me pongo en su lugar y soy yo el que piensa que los chiquillos de ahora están mimados en este aspecto.
Recuerdo que al termino del ultimo entrenamiento de la semana, el previo al partido me quedaba parado con el macuto bajo el brazo, mirando el campo de fútbol, la tierra, el césped, el lugar donde jugamos, visualizando cualquier jugada, a lo FIFA, que pudiera hacer en el partido, que soñara con hacer en un partido. Esa tierra donde alguna vez nos caímos y nos raspamos las rodillas, las caderas, los codos, las manos o ponía la ropa perdida, lo que mas gustaba a las madres de mis compañeros. Salíamos amarillos de los partidos; esa tierra o las bolitas del caucho de ahora, que nos quedaban adentro de las botas y nos molestaba durante el partido y cualquiera se paraba a quitárselas... Luego llegaba el descanso y ni te acordabas de sacarlas. Siempre estábamos pendientes de la charla del mister o de corregirnos entre nosotros; esa tierra que hizo que ensuciemos toda la casa y escuchar a mama decir: Quitarte las botas y las calcetas afuera y vas directo a la ducha, que me vas a poner la casa perdida de polvo.
Y lo mejor era, aunque supieras que ibas a perder todos los helados que te tomabas en verano y jodieras las vacaciones a tus padres, empezar a entrenar a finales de agosto con los compañeros. Empezaban las ganas de competir; de madrugar los domingos; de no poder jugar a fútbol sala en las pistas porque preferías estar fresco en los entrenamientos; a sacrificar el salir viernes por la noche (por si jugabas sábado), ni sábado por la noche (por si jugabas viernes o por estar cansado del propio partido del sábado); las tensiones de las convocatorias, nervios mientras calientas en la banda, riesgos de lesiones graves; empezabas a administrar las horas de estudio a cuentagotas... Benditas pretemporadas.
Luego, si hablo del día del partido, todo eran nervios, a veces insomnio, ya cuando vamos siendo mayores aparecemos por los campos de fútbol con gafas de sol, con los cuellos del polo para arriba, con auriculares... Jugábamos incluso enfermos muchas veces, por no perdernos un partido. Y no hablemos de las satisfacción que nos da un gol, algo que parece tan sencillo pero que se puede llegar a complicar hasta un punto inimaginable. ¿Y las celebraciones? Imitáramos a los que veíamos en la tele, nos fundíamos en abrazos todos sudando, buscábamos a quien dedicar un gol... Los mejores eran los partidos con lluvia, pese a sentir luego el frió recalando en los huesos o el balón pesara 30 kilos. Los árbitros... mejor ni los menciono. Los había buenos, malos, el "Lechero" y el "Hijo del Lechero", en ese orden. Ahí lo dejo.
De todo me quedo con las palmadas en la espalda por los esfuerzos físicos, con el cargo de conciencia que te daba que te sacaran una tarjeta, los llantos por perder contra un rival directo, los partidos contra amigos en el equipo rival o el mero hecho de llevar el brazalete de capitán, menudo peso pensabas que tenias y no servía de nada luego, la tierra, piedrecitas, césped , diez personas contigo, once del otro lado, una pelota, y un silbato.
Esto es un estilo de vida al que nunca se acaba de renunciar, siempre quedas enganchado si has vivido esto. Por ahí leí: "Mucha gente dice que el fútbol no tiene nada que ver con la vida. No se cuánto saben de la vida pero de fútbol no saben nada".
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