domingo, 16 de noviembre de 2014

Me gusta el fútbol - Melendi





lunes, 10 de noviembre de 2014

A mis cuarenta y diez - Joaquín Sabina

Dolor. Un pinchazo en el alma que te hace cambiar la rueda para seguir. Sé que “más antes que después he de enfrentarme al delicado momento”, que cuando la realidad, en forma de muerte, te baja al suelo, no hay excusa que valga, pues cuando llegue el momento, el del “final de tu vida, es cuando te das cuenta de que el diablo, cuando te pasa la factura… siempre la cobra al contado”. Llevo un par de días saliendo con la Pálida Dama, andando más muerto que vivo, porque aunque no sea de una forma directa, creando un vacío importante, la guadaña de la calavera me ha hecho dos pequeños cortes en dos días.

Por una parte, aunque no conozcas a una persona, solo por saber que comparte contigo una gran familia en la que pocos saben de los demás, la muerte de uno de sus integrantes puede llegar a escocer. 5000 compañeros sienten la falta de una, que, quién sabe, tal vez pudiera trabajar conmigo en un futuro en un colegio.

Por otra lado, arraigada a mi infancia en la playa, con la que me centrare más, el fallecimiento de una bullense, madre de una familia espléndida, de unos hijos maravillosos con los que compartía cada verano. Me caen lágrimas como puños de recordar cada momento contigo, tardes a remojo en la playa con no más de 5-6 años, meriendas con tu hijo menor o charlas por la ventana del patio, año tras año para preguntarnos lo mismo (estudios, que si novia, por mis padres, por mi abuela), pero, sobre todo, por ver a mi abuela o a mi madre llorar desconsoladamente las imágenes del accidente, a tu marido, por televisión con el gesto desfigurado de la rabia y el llanto o a tus hijos estupefactos, sin parpadear, mirando el autobús. Desde aquí te escribo para que sepas que desde aquí, estoy seguro, cada uno de los que te conocimos lucharemos por seguir como aprendimos de ti en cada uno de los aspectos de la vida. Echaré de menos pasar por el pasillo del piso de la playa y no oler tu comida verte tender la ropa e, incluso, oírte reñirles a tus nietos. Gracias por todo. En esta casa siempre se te recordará y se te echará de menos. Un beso, adiós y cuídate.


En cuanto a mí: “sin prisa, que a las misas de réquiem nunca fui aficionado, que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado”. “Y si a mi tumba os acercáis de visita el día de mi cumpleaños y no os atiendo, esperadme en la salita hasta que vuelva del baño”.


martes, 4 de noviembre de 2014

Latidos contados - Iratxo

A veces, una idea se queda huerfana al no encontrar acomodo y es desterrada a una especie de Limbo, donde las ideas vagan por un tiempo limitado antes de morir por abandono o desangradas, victimas de las heridas que el olvido produce en ellas. Al igual que los días no vividos son sueños non natos, pienso que las ideas no utilizadas son un despilfarro de talento o un ejercicio absurdo de economizarlas ante el miedo de que no sean lo suficientemente buenas y, con el peligro que ello conlleva de que se angosten en la memoria y el moho con el que el tiempo todo lo cubre, termine por pudrirlas. Por eso, me gusta atrincherarme en una canción y dejar de vagabundear en lo sufrido y lo vivido hasta que encontré la llave que abre el baúl de las ideas perdidas, de historias abandonadas, en el que guardé latidos contados, haciéndome adicto al veneno, en el que depuse alas que ya no quería, crucificándome con clavos de terciopelo en retales de ilusión, durmiendo en camas de esparto. Llego a gustarme perder partidas y tirar como dados los ojos con los que me miran.
Ahora estoy más por hacer el payaso; hacer como que me caigo y caerte encima; encontrar, en tu guerra, mi paz; hacer un castillo con miles de ventanas y cuando apriete la mañana echarme a volar; disfrutar de la vida, dejando atrás todo "te quiero" o abrazos al cuello.

  

domingo, 2 de noviembre de 2014

Viento de cara - Supersubarina

Te busco. Te busco y no te encuentro. No encuentro como llenar con nada el hueco profundo y frío que queda en mi alma, en mi cama, en mis abrazos, en mis puños cerrados. Quisiera volverme invisible, pasar por la vida como pasa una mosca por la oreja, dejando un pequeño zumbido que se note que estoy ahí pero que se olvide en cuanto pase. Esta jodida sensación de tranquilidad, como un mar en calma; de soledad como un faro en la niebla; de ir contra el viento, dándome en la cara y doliendo; como un rayo que no cesa; un poco de todo y nada a la vez. Y, no se si lo mejor o lo peor de todo, el hurgar de un dedo en una herida que causa un dolor algo masoquista, porque remueve recuerdos, emociones que ya pasaron, que no volverán o no se esperan pero que disfrutarías volviéndolas a tener, que, sin embargo piensas en que "cada vez que te vuelva a mirar, me resulte más fácil morir que obligarme a decir la verdad".