lunes, 10 de noviembre de 2014

A mis cuarenta y diez - Joaquín Sabina

Dolor. Un pinchazo en el alma que te hace cambiar la rueda para seguir. Sé que “más antes que después he de enfrentarme al delicado momento”, que cuando la realidad, en forma de muerte, te baja al suelo, no hay excusa que valga, pues cuando llegue el momento, el del “final de tu vida, es cuando te das cuenta de que el diablo, cuando te pasa la factura… siempre la cobra al contado”. Llevo un par de días saliendo con la Pálida Dama, andando más muerto que vivo, porque aunque no sea de una forma directa, creando un vacío importante, la guadaña de la calavera me ha hecho dos pequeños cortes en dos días.

Por una parte, aunque no conozcas a una persona, solo por saber que comparte contigo una gran familia en la que pocos saben de los demás, la muerte de uno de sus integrantes puede llegar a escocer. 5000 compañeros sienten la falta de una, que, quién sabe, tal vez pudiera trabajar conmigo en un futuro en un colegio.

Por otra lado, arraigada a mi infancia en la playa, con la que me centrare más, el fallecimiento de una bullense, madre de una familia espléndida, de unos hijos maravillosos con los que compartía cada verano. Me caen lágrimas como puños de recordar cada momento contigo, tardes a remojo en la playa con no más de 5-6 años, meriendas con tu hijo menor o charlas por la ventana del patio, año tras año para preguntarnos lo mismo (estudios, que si novia, por mis padres, por mi abuela), pero, sobre todo, por ver a mi abuela o a mi madre llorar desconsoladamente las imágenes del accidente, a tu marido, por televisión con el gesto desfigurado de la rabia y el llanto o a tus hijos estupefactos, sin parpadear, mirando el autobús. Desde aquí te escribo para que sepas que desde aquí, estoy seguro, cada uno de los que te conocimos lucharemos por seguir como aprendimos de ti en cada uno de los aspectos de la vida. Echaré de menos pasar por el pasillo del piso de la playa y no oler tu comida verte tender la ropa e, incluso, oírte reñirles a tus nietos. Gracias por todo. En esta casa siempre se te recordará y se te echará de menos. Un beso, adiós y cuídate.


En cuanto a mí: “sin prisa, que a las misas de réquiem nunca fui aficionado, que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado”. “Y si a mi tumba os acercáis de visita el día de mi cumpleaños y no os atiendo, esperadme en la salita hasta que vuelva del baño”.


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