Se abre el telón como cada día. Una canción suena en el móvil, quien sabe si la banda sonora del nuevo día. Los pies se amontonan en las aceras, repletas de gente, o ese aspecto tienen. Zombies rutinarios que caminan en dirección a su monotonía. Tiran de ibuprofenos, sofocan la frustración, le suman un cigarro para combatir el estrés. Robots mecanizados, que se rompen si llueve, pues los sacas de la rutina.
Anochece.
Ya no aguantan a nadie. Todos tienen sus demonios en la cabeza y nadie acepta los del que tiene al lado. Barnizan la tristeza de un asqueroso día con una mala cerveza junto a aquellos que son similares a ellos. Se va cerrando el telón.
Acaban siendo noches de euforia, mañanas sin pena ni gloria. Al día siguiente se repetirá la función. Se quejarán de que la rutina es odiosa, sin buscar otra opción y echándola de menos cuando no la viven.
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